Centro Habana. – No hay objeto más cubano que el ventilador. Ni el tabaco, ni la guayabera, ni siquiera el ron nos define tanto como ese aparato que gira, ruge y apenas mueve el aire, pero aun así nos mantiene vivos emocionalmente.
Porque el ventilador no enfría, pero simula. Es como la vida diaria: llena de ruido, promesas de alivio, vueltas en círculos… pero con un botón de tres velocidades para fingir que tenemos control. ¿No es eso, acaso, el resumen de nuestra cotidianidad?
El ventilador está en todas partes: en hospitales, donde gira sobre pacientes como una plegaria mecánica; en casas sin corriente, donde permanece inmóvil como un mártir de plástico; y en oficinas estatales, donde su sonido compite con el silencio burocrático.
Hay quien lo subestima, pero es el único aparato que nunca nos ha abandonado. Ni los apagones lo apagan del todo: basta un soplo de brisa o una extensión desde el vecino para que vuelva a girar como si creyera en el futuro.
Debería estar en el escudo nacional, en lugar de la palma solitaria. Porque la palma no enfría a nadie, pero el ventilador, aunque simbólicamente, lo intenta.
Cuando todo falle —la economía, el transporte, la lógica—, el ventilador seguirá ahí, jadeante, obstinado, revolucionando sin revolución. Por eso propongo desde esta tribuna: ¡hagamos del ventilador nuestro héroe nacional!
Por: Lic. Herminio Viento Largo
Categoría: Tecnología y Espíritu Nacional