En pleno mediodía, con el sol perforando cráneos y las sombras en fuga, un redactor de El Grampa se lanzó al corazón palpitante de La Habana: la cola para el pollo. Allí, entre murmullos, abanicos improvisados y rumores reciclados, recogimos declaraciones callejeras tan espontáneas como contradictorias.
🗣️ Opiniones ciudadanas:
— “Yo vine por detergente, pero si hay pollo, me apunto. Igual hace falta todo. Hasta paciencia.”
— Marlén, cola-profesional y líder espiritual del quinto puesto.
— “Lo único que no se pierde aquí es la desinformación. El otro día vine por rumores y me fui con esperanzas.”
— El Flaco, jubilado con doctorado en sarcasmo aplicado.
— “Lo que pasa es que esto antes no era así. O sí era, pero más callado. O uno no se daba cuenta. No sé.”
— Doña Ofelia, filósofa popular de acera.
— “Todo está mal desde que inventaron los precios. Antes, como era gratis, dolía distinto.”
— Yusnavi, joven cronista espontáneo del desastre.
El reportero intentó contrastar las versiones, pero cada persona lo mandaba a hablar con “la señora del moño que lo sabe todo”. Ella, al ser entrevistada, respondió:
“Yo no doy declaraciones sin pan en la mano.”
🎙️ Conclusión editorial:
Las entrevistas callejeras, lejos de aportar claridad, confirman el caos como forma de sabiduría compartida. En la Cuba real, cada respuesta es un poema oral, una evasión artística, o una forma elegante de decir “pregúntale a otro”.